Los pecados de una mujer

Salí de la iglesia persignándome una vez más para, posteriormente, limpiarme la cara. El viento soplaba tenuemente, lo que no dejaba de lado el frío invernal que caía en la plaza de la iglesia en forma de copos blancos. Me quedé un momento mirando las copas de los árboles, todas escarchadas.
Era la segunda vez en la semana que iba a confesarme. Mi dama de compañía me decía que no lo necesitaba, que la culpa no era mía. "Dios así lo había querido".
No sabía en qué momento mi cabeza había pensado que era mejor irme de España y mudarme junto con mi esposo a Inglaterra. Todas mis desgracias estaban marcadas en este lugar, tan nublado siempre. Tal vez las penumbras y el poco sol que brillaba eran un presagio de lo que me pasaría, sin embargo, yo no hice caso.
Me eché encima la capucha de la gran capa que llevaba encima por el frío y comencé a bajar las escaleras de piedra para terminar sentada en una banca de piedra que estaba frente a la cruz bautismal escuplida en una especie de barro rojo.
Me puse a pensar ¿De qué me serviría pensar ahora cuando ya todo había pasado? De nada, sólo atraería las penas a mi para que me atormentaran un poc más. Era masoquista y ese era otro pecado.
Si culparme a mi misma por la pérdida de mi hijo y la muerte de mi marido no era suficiente, ahora yo misma me acusaba de masoquista y posiblemente de adúltera. Sí, adúltera, porque a pesar de cargar en mis hombros el luto de mi difunto marido, no podía dejar de pensar en otro hombre que posiblemente habría sido el padre de mi hijo. De no haberse muerto los dos, habría cargado con la pena de vivir con un hijo no legítimo del marqués. Al final, mi dama de compañía había tenido razón, era mejor así.

- Mea culpa, mea culpa...- musité con la voz apagada mientras me llevaba la mano al pecho.

Ser nueva en Inglaterra, sin un marido que me huiara, sin un sólo conocido arraigado que pudiese acallar las voces en mi cabeza, sin mi reina a la que había servido por unos años... estaba sola. Habría querido conocer a una sóla persona que me entendiera, entonces y sólo entonces mi alma podría descanzar en paz... dormiría en paz...

Me quedé mirando la nada, como pensando pero en mi mente no aparecía nada mas que una sola imagen en blanco. Había bloqueado de mi mente los recuerdos al salir de la iglesia y ahora lo único que me quedaba era irme a mi hogar. Estaba por pararme de mi lugar cuando alguien pasó hecha una furia, inclusive cuando me golpeó sólo dejó en el aire su disculpa. Cuando respondí que no se preocupara, la persona ya estaba lo suficientemente lejos para escucharme. Me paré y entonces una risa escapó de mi boca al oír su enojo manifestarse. Me volteé. Cuando la vi pude notar que, al igual que yo, pertenecía a la corte por la riqueza de sus vestidos, así que me aventuré a tratarla de "Milady"

- Milady, si quereis esperar al padre, os recomiendo quedaros adentro de la iglesia. No os preocupeis, no tardará en volver, sólo fué a asistir a un enfermo.-

Informé desde el lugar donde estaba sin moverme un centímetro, me di media vuelta y comencé a caminar por entre la nieve y la roca.
No quería meterme en los asuntos de la señorita, era su problema la urgencia por ver a un padre. No lo sé, quizá había cometido alguna falta a la iglesia y necesitaba la redención. De todas maneras, ella podría esperar, no entendía por qué tanto barullo.

Estaba por irme, quería caminar fuera de la iglesia para no regresar en un buen rato, el sitio simplemente me provocaban ganas de flagelarme. Tal vez me comenzaba a volver un poco fanatista, necesitaba platicar con alguien más o me volvería loca. Pero una voz en regreso a la mia me detuvo, agradecía por la explicación referente a la ausencia del padre. Era realmente extraño como la actitud tan hostil y altanera de la chica ahora se volvía mas abierta. Su agradecimiento me sonó sincero, sin embargo, algo en ella me decía que tenía un temperamente bastante fuerte con el que tal vez chocaría.

- No, Milady, yo no juzgo a las personas antes de conocerlas. Por lo visto vos pasais por un momento de enojo y eso es todo. No os culpo, cuando el alma pide por alguien que la limpie, a veces, sus gritos son más fuertes que la paciencia.-

comenté acercándome a la señorita que, de manera muy extraña, comenzaba a acomodarse el cabello de una manera muy seductora. Esperaba que no fuesen de ese tipo de mujeres que gustaban estar con otras mujeres, porque en ese caso, necesitaría una buena y convincente manera de zafarme. O la otra opció era que fues euna mujer bastante vanidosa...
Se presentó como Akasha de la Court, me sonaba francés, pero dudaba que ella lo fuese. Bajé un poco la cabeza como reverencia y luego procedí a presentarme.

- Lady Annabelle MacDuff de Freyre, para serviros.- dije con una sonrisa tenue.