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 Una visita al Papa [Carlos V]

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Elena Cachaciu
Burguesía
Elena Cachaciu


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MensajeTema: Una visita al Papa [Carlos V]   Una visita al Papa [Carlos V] EmptyJue Nov 04, 2010 1:23 am

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Última edición por Elena Cachaciu el Vie Mar 11, 2011 2:23 pm, editado 1 vez
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Carlos V
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Carlos V


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MensajeTema: Re: Una visita al Papa [Carlos V]   Una visita al Papa [Carlos V] EmptyJue Nov 04, 2010 1:17 pm

El carruaje del Rey español llevaba varios días recorriendo el suelo europeo. Más de dos semanas habían pasado desde la partida de su Reino hacia el de Nápoles, lugar en el que se reencontraría una vez más con el Papa de Roma para tratar unos asuntos de Estado que posiblemente ayudasen a impedir la separación entre Catalina, su tia, y su marido. Aquel arrogante e inmaduro hombre llamado Henry que creía obtener el poder de Dios por sus buenas hazañas y acciones. Mentiras, pues tan solo había traído problemas y altercados entre los demás Reinos.
Carlos tenía puesta mucha fe en su amigo Paulo, sabía que aquella altísima Santidad no dudaría en pactar con él los acuerdos necesarios para conseguir su propósito. Si bien había algo que el Papa no aceptase era el dejar de lado el amor hacia Dios y Henry se había comportado de una forma tan estúpida, que se había llevado todas las de perder. Si la Iglesia no quería, la separación jamás sería problema para el Emperador del Sacro Imperio.

El Rey de España se mostraba agotado. Las ojeras que presentaba daban indicio a la poca comodidad que había encontrado en aquel viaje. Y no era de esperar otra cosa, pues de camino hacia su primer objetivo -Roma- había decidido detenerse en el Reino de Francia para saludar, sin demasiado vítore, a su compañero François. El Rey francés, en cambio, le resultaba a Carlos un hombre grato. Un gobernante que, a pesar de su poca seriedad aparente, sabía cómo mantener controlado a su pueblo y también contento. Pocas veces se había oído por parte de los franceses malas intenciones hacia su Rey, algo que en Inglaterra, ya comenzaba a suceder.
Carlos sabía que si se aliaba con el hombre francés y conseguía que éste le diese su voto, la conspiración de Henry hacia el hundimiento de su matrimonio con Catalina tendría que verse suspendida. Un hombre no era quién para romper un matrimonio expuesto a los ojos de Dios. Y mucho menos si ese hombre pretendía alzar a una simple concubina a la realeza. ¿Qué demonios pretendía?, aquello, en su fuero interno, conseguía -más que nada- enfurecer al joven español. El Rey que no tendía a mostrar desacuerdos con las decisiones de otros gobernantes. Aquel inglés, sin duda, era la excepción.

Una de sus manos recorrió su rostro. Era invierno, pero el calor encontrado en aquel aparatoso carruaje hacían de su interior un caldero en llamas. Aún presenciando muestras de cansancio, Carlos mostraba una mirada serena. Comprendía que aquella conversación que pronto establecería con Paulo era dura y que si se atrevía a tambalear, el Papa terminaría por autoconvencerle. En muchas ocasiones, la arrogancia y el orgullo que corrían por las venas de Carlos se hacían su peor enemigo. Un arma que todo el que estuviese en su contra podía utilizar.
Un par de consejeros, a su lado sentados, no dejaban de parlotear de asuntos que intentasen captar la atención de real Rey. Ninguna de aquellas conversaciones le llamaban. Él, siendo sinceros, hubiese preferido que Isabel le acompañase. La joven perteneciente de Portugal había medio suplicado la noche anterior a la partida solamente por buscar un sitio en su carruaje. Carlos se había negado. No podía llevar a su mujer a asuntos políticos y que no tenían nada que ver con ella. Por tanto, y aunque a duras penas, había dejado en sus manos el poder del Reino. Confiaba en su mujer y sabía que lo haría con talante y cordura. También sabía que tras el encuentro con Paulo, en su regreso, pediría a Isabel un hijo. Todos los gobernantes de sus países aliados ya presentaban uno y él, sin embargo, aún no había recibido la gracia de Dios. Aquello le asustaba.

[...]

El tiempo voló y, finalmente, el carruaje del español terminó deteniéndose a las puertas de la Basílica de San Pedro. Con aire tranquilo y sereno, la gente que por allí se encontraba iba vitoreando su entrada con admiración. Algunos deseaban tocarle, llevando así las palizas correspondientes por parte de los guardias. Otros lloraban, quizás de alegría, quizás de la envidia que sentían. Mujeres que intentaban captar su atención y hombres que pretendían más de lo mismo. Carlos, por su parte, simplemente miraba de un lado a otro con una ligera sonrisa en su rostro. Los actos así, expuestos al pueblo, realmente le escandalizaban. Él pertenecía a la realeza, a la alta clase, el pueblo no tenía si quiera porqué mirarle. No quería permitirles el lujo de ello.
Las puertas de la Santa Iglesia se abrieron de par en par y, por ella, el Emperador cruzó la Nave Central con aquel talante que tan solo él desprendía. Sus guardias se mantuvieron al margen, centrados en la protección de su alteza mientras que Carlos aprovechó para sentarse en uno de los bancos de la iglesia. Allí, se santiguó varias veces y rezó pidiéndole a Dios que Isabel quedase en estado. Ansiaba más que nada un heredero y era, por tanto, que sus plegarias no hablaban más que de tal deseo.

Otra nueva puerta se abrió y, por ella, Paulo y una mujer comenzaron a cruzar la sala hacia el Rey. Carlos sonrió ampliamente y sin dudarlo si quiera se levantó del banco en muestra de respeto. Algo, del cual, los ingleses carecían.
- Santo Padre... -contestó el hombre con toda la calma que le era posible- Me alegra veros una vez más -contestó una vez más antes de acercarse a él, arrodillarse, agarrar su mano y besarla con cierta fuerza antes de volver a incorporarse del suelo- Mucho tiempo ha pasado desde mi última visita -le aclaró, seriamente, antes de dirigir una rápida ojeada hacia la mujer que a su lado se encontraba. Sin si quiera dudarlo y, tras medio sonreír levemente a su amigo, el hombre se movió hacia ella y haciendo un gesto parecido tomó la mano de la mujer y la besó. Esta vez con delicadeza.
- Un placer, vos sois... -comenzó a preguntar antes de ser interrumpido por Paulo, quién parecía complacido al ver como Carlos había quedado maravillado con su Elena.

- Su nombre es Elena, Majestad, pero creía recordar que nuestros asuntos no eran hablar de ella, si no de la salvación de un matrimonio. El de vuestra tia, ¿verdad..? -preguntó la noble Santidad a la misma que observaba como Carlos aún no había soltado la mano de la mujer.
- Así es, Santidad. Jamás, en todo lo que llevo de vida, me he topado con un caso como éste. Catalina, Santidad, debe permanecer unida al Rey de Inglaterra. Eso es un hecho -sentenció el hombre, fríamente, antes de soltar la mano de la mujer. Las cosas se ponían serias.
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Elena Cachaciu
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Elena Cachaciu


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MensajeTema: Re: Una visita al Papa [Carlos V]   Una visita al Papa [Carlos V] EmptyJue Nov 04, 2010 6:15 pm

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Última edición por Elena Cachaciu el Vie Mar 11, 2011 2:24 pm, editado 1 vez
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Carlos V
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Carlos V


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MensajeTema: Re: Una visita al Papa [Carlos V]   Una visita al Papa [Carlos V] EmptyVie Nov 05, 2010 6:10 pm

Posó de nuevo el Rey español su cuerpo en uno de los bancos encontrados en la basílica y observó detenidamente cada paso dado por su compañero el Papa. El ruído que ejercían los pies al golpear contra el suelo retumbaba por toda la estancia, golpeando chocantemente contra las paredes compuestas de altivos colores y vidrieras. No podía evitar pues, el Rey español, quedarse maravillado por el reflejo de Santos y ángeles cómodamente situados en el marmóleo suelo. Convirtiéndose así en compañeras de las estrambóticas baldosas que a sus pies detallaban la vejez de tal construcción.
Movió su mirada Carlos de nuevo hacia el Papa y vio una vez más como éste dirigía la mirada hacia la mujer que le acompañaba. Posiblemente su amante, a los ojos del Rey. Comprobó como en el rostro de la blanquecina muchacha el orgullo recorría cada ápice de sus contornos faciales. Signo, lo más probable, de la supremacía que presentaba al servir a aquel viejo anciano. Este hecho, siendo sinceros, consiguió sonsacar una cruda y ligeramente curvada sonrisa al Emperador del Sacro Imperio, quién creía que las jóvenes mujeres que servían a hombres de tal avanzada edad no disfrutaban de su juventud y se veían presas entre las garras de la vejez haciéndolas, pues, desdichadas. Elena, por lo que Carlos apreciaba, parecía diferente. Sus ojos mostraban un color vivo y fugaz y parecían estar diseñados para conquistar a todo hombre encontrado en planeta. Incluído a él.

Movió, lentamente, su cuerpo el Rey español hacia la posición que había tomado su amigo el Papa y posó una de sus manos en un banco encontrado en la hilera principal que coronaba la Iglesia. Siguió callado un par de instantes más mientras la misma mano derecha que había posado recorría la fría madera del objeto y se entrelazaba con el mal pulimiento de ésta. Por unos instantes, ante tal gesto, pareció sentir como su mano era finamente rozada por aquel viejo elemento denominado madera.
Su mirada se alzó, al igual que el orgullo que presentaba en ésta y de nuevo su cuerpo se deleitó moviéndose de un lado a otro. En frente del Papa, quien parecía observarle con detenimiento. Esperando, simplemente, a que Carlos encontrase el punto de estabilidad que necesitaba para hablar con calma y serenidad. Sabía perfectamente, pues, que si el Rey español no se mentalizaba de la conversación venidera sería capaz de proclamar la guerra a Inglaterra llevando a cabo una masacre.

Su cuerpo, por fín, se detuvo y su arrogante mirada se posó en la mesa principal donde el Papa yacía quieto. Aún esperando. Fue aquella observación, el ver al hombre anciano esperar respuesta por su puerta, la que provocó que las palabras se escapasen por la boca del hombre español. Palabras sencillas, que no guardaban demasiados secretos ni ocultaban ninguna traición. Simplemente centradas en dar la opinión que Carlos tenía ante la idea de ver a su tía cruelmente deshonrada por su propio marido. Deshonra, por tanto, que afectaría a España.

- Catalina no ha dejado de escribirme -explicó por un momento, callándose un par de segundos para tragar saliva y volver a centrarse en sus palabras- Está destrozada. Han pasado ya muchos años y la falta de un heredero varón en la Corte inglesa está provocando en su Rey la búsqueda de una nueva esposa. Una fulana, Santidad -contestó el joven Emperador aún a sabiendas de la presencia de la concubina del Rey, si es que se podía llamar así. Fue por ello, que tras dejar caer tales palabras, la mirada de Carlos volvió a posarse en la mujer. Elena. Aquella joven que le observaba detenidamente y parecía disfrutar de encontrarse en presencia de tal importante conversación como lo era aquella.
La mano, esta vez izquierda, del hombre inglés se apretó a sí misma con fuerza debido a la tensión acumulada y sus ojos revisaron más de dos veces el cuerpo de la mujer de arriba a abajo. A la distancia que el Rey español se encontraba, se podía apreciar tenuemente como la silueta de la jovencita presentaba unas curvas suavemente detalladas por aquellas prendas que llevaba. Unas caderas finas y bien acomodadas en su pequeño cuerpo y unos senos previamente altivos y redondeados que lograban descolocar a Carlos cada vez que posaba su mirada en ellos.

Podría quedarse así durante horas, contemplándola, pero los asuntos de Estado llamaban a su puerta. En este caso, asuntos más personales de lo previsto, y por tanto el deseo del placer carnal debía quedar apartado.
Una leve tos se escapó del monarca español y, una vez más, sus palabras decidieron hacer aparición en aquellas cuatro paredes que les rodeaban.
- Un matrimonio, una unión de un hombre y una mujer ante los ojos de Dios, Santidad, no puede ser destruido por una de las partes que lo componen -sentenció claramente a la misma que aceleraba su paso hacia su compañero y posaba una de sus manos encima de la mesa principal. Agarrando el manto que la cubría con cierta fuerza debido a la rabia contenida. - Más aún si esa mujer no pertenece a la Realeza, Santidad. ¡El Rey inglés está burlándose del Creador con sus infantiles deseos!, no podéis permitirle conseguir lo que quiere. Debe ser castigado, pues, con el matrimonio que tiene con Catalina. La única Reina de Inglaterra, la única mujer del Rey inglés -concluyó, deslizando una vez más la mirada hacia Elena -una mirada seria y dominante-, antes de volver a ser posada en su amigo. El Papa. Quien parecía retomar una y otra vez sus palabras en su cabeza como si buscando una solución rápida a todo lo dicho tratase.

- Evidentemente, Majestad, el matrimonio entre Catalina y Enrique no puede ser deshecho. El Creador los unió en santo matrimonio y esta unión no puede consumirse, pues el pecado está muy mal visto ante los ojos del Señor -aclaró Paulo con total cordialidad a la misma que ojeaba un par de pergaminos que en la mesa se encontraban perfectamente colocados. Muchos de ellos peticiones del Rey inglés para anular el matrimonio con la mujer española. - Por el contrario, Majestad, rumores me han llegado de que el matrimonio entre vuestra tía y el joven Rey inglés no es válido ante el casamiento de ella primero con el hermano del Rey inglés. Este hecho, por tanto, me hace dudar de... -

Sin si quiera esperar, Carlos, golpeó levemente la mesa y rugió encolerezido. ¿Por qué demonios volvían a darle vueltas al mismo tema?, su tía, Catalina, se había casado virgen. Completamente enamorada del joven insensato que ahora reinaba en Inglaterra como bufón. ¿Acaso no creían a, posiblemente, la única mujer sincera existente sobre la faz de la Tierra?
- ¡No!, ¡su matrimonio fue válido!, ¿¡me comprendéis?! -alzó la voz, enfurecido al volver a escuchar tales acusaciones. Rumores que simplemente lograban entornar los ojos del monarca a luceros cargados de rabia e impotencia. Si pudiese, si tan solo pudiese agarrar la cabeza de aquel mentecato que se creía Rey inglés y separarla de su cuerpo, ya podría fallecer en paz.
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Elena Cachaciu
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MensajeTema: Re: Una visita al Papa [Carlos V]   Una visita al Papa [Carlos V] EmptyVie Nov 05, 2010 7:47 pm

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