Lo único que podía oír esa noche mientras caminaba por los pasillos era el ruido que producían mis pasos mientras me desplazaba rumbo a la pequeña capilla que teníamos en palacio. Era otra de esas largas y tortuosas noches de insomnio, en las que me preguntaba ¿qué había hecho mal? ¿por qué Dios me castigaba de esta manera tan cruel? ¿por qué no podía darle un hijo a Henry? ¿por qué él estaba ahora... con ella?
Un par de criados se cruzó en mi camino e inclinaron la cabeza en señal de respeto, les dediqué una sonrisa amable sin interrumpir mi paso en ningún momento; cuando estuvieron lo suficientemente lejos me permití soltar un pequeño suspiro de resignación. Ya sabía yo lo que hablaban a mis espaldas, ya sabía yo de las infidelidades de Henry, ya sabía yo de que los criados me compadecían... ¿y qué podía hacer yo? nada. Yo era la Reina de Inglaterra, Señora de estas tierras y esas cosas debían mantenerme sin cuidado, yo debía ser la roca fuerte sobre la que se apoyaba Henry y el Reino entero... nadie debía verme flaquear, a los ojos de los demás yo soy invencible.
Llegué finalmente a la capilla y tras asegurarme de que nadie me seguía los pasos, entré y cerré la puerta por dentro. Detestaba que me interrumpieran en los pocos minutos de paz y consuelo que encontraba en Dios. Ni bien el pestillo estuvo puesto, perdí la compostura, esa de la que tanto me jacto de tener en la corte y corrí desesperadamente hacia el altar, dejándome caer al suelo una vez que llegué ahí. Las lágrimas no tardaron en caer, haciéndome sentir pequeña y miserable ante la presencia del Todopoderoso, que era el único que podía entender mi dolor y mi pesar.
Lloré en silencio por minutos o tal vez horas; únicamente Dios sabía lo mucho que sufría y posiblemente era una prueba que él me daba, pero yo era débil... aunque aparentara ser fuerte era débil y esta prueba me estaba matando...
- ¿por qué? - pregunté en un susurro, mientras miraba el enorme crucifijo colgado en la pared - necesito que me ayudes a cargar con esta cruz... - sollocé mientras intentaba infructuosamente de secar mis lágrimas.
- Haré lo que quieras... convenceré a Henry de que baje los impuestos... prometo no comer absolutamente nada en un mes... pero dame la gracia de ser madre - rogué a Dios, con lágrimas en los ojos. Nunca había orado con tanta Fe y devoción... pero yo no me hacía tantas ilusiones, hace tiempo Dios me había enseñado que también da "NO" por respuesta.
Al poco tiempo me levanté y con un esfuerzo sobrehumano me sequé las lágrimas y me obligué a mí misma a no llorar más. Pude ver mi reflejo en el vidrio de una de las ventanas y suspiré derrotada. Parecía un animalillo aterrado, no la Reina de Inglaterra. Suspiré, me acomodé el velo para que nadie pudiese ver mis ojos enrojecidos y dibujé una sonrisa falsa y cínica en mi rostro. Abrí la puerta y salí de ahí erguida, con la cabeza en alto... como corresponde a una reina.