Era otro día mas en la apacible vida de Teodoro, estaba feliz por alguna razón que desconocía, pero realmente le importaba poco. Los jardines de palacio representaban el único lugar agradable que existía allí dentro, el único que parecía haber resistido a los asesinatos de su padre y que no le había parecido una muestra de debilidad en su persona. Probablemente, su madre, al ser lo mucho que le gustaba esa parte a su hijo, había intercedido ante su marido para protegerlo. Su madre… ella sí que era una persona buena y cariñosa, Teodoro no podía explicarse que hacía con semejante animal como marido, lo que hacia el poder… Negó con la cabeza enérgicamente para sacarse esos pensamientos de la cabeza, estaba de bueno humor que no quería que este se derrumbara por culpa de su monstruoso padre.
El jardín era un recodo de paz y de tranquilidad, un lugar bonito y apetecible dentro de semejante fortaleza, el único lugar que conseguía que Teodoro se quedara dentro de los muros del palacio y no fuera a dar una vuelta para alejarse de su prisión, de esa fortaleza que le asfixiaba y no le dejaba respirar aire fresco. Teodoro prefería escaparse al bosque, él solo, coger una rama del suelo y comenzar a luchar contra enemigos imaginarios y vivir cientos de aventuras en su cabeza: luchando contra piratas, legiones enteras, dragones, brujas… bueno, eso era lo que Teodoro hacia antes, habrían pasado unos meses desde la última vez, pero había decido crecer. Ahora se marchaba y se sentaba junto al rio, allí dejaba su imaginación volar por preciosos parajes, deliciosos manjares y olores exóticos; dejaba que un mundo increíble se hiciera hueco en su mente a base de historias leídas en multitud de libros o contadas por aventureros. Y como cualquier chico de su edad, disfrutaba imaginando romances con multitud de jóvenes bellas y coquetas que suspiraban a cada palabra que decía el joven. Sí, Teodoro sabia montárselo como era debido, sabia saciar su sed de aventuras hasta que llegara el día de vivirlas, pero ese día, las ganas se multiplicarían por el número de veces que había fantaseado con ellas, que por ahora era casi tan elevado como el número de veces que había montado a caballo. Tanto era así, que había sopesado el hecho de comenzar a escribir un libro donde plasmar sus historias, pero su padre le había acusado de ser un blando y malgastar energías y había tenido que dejarlo.
Teodoro cogió una de las flores que desentonaba (pues rea blanca mientras que el resto eran de un rosa vivo), no necesito tirar con fuerza, pues esta se desprendió con sorprendente facilidad. Él sonrió con cierta nostalgia en sus ojos, bueno… nostalgia no, sino angustiosa diversión y cierta complicidad. Esa flor estaba fuera de lugar, era clara y pura, frente el gran tumulto de colorido que allí resaltaba, era algo que quedaba mal, algo que sobraba, que no se parecía al resto. Teodoro volvió a dejarla donde estaba, apoyada entre otras más frescas y bonitas; la flor le recordaba a sí mismo, el no encajaba allí dentro, no se parecía a su padre hasta el punto de sospechar si su madre no le había sido infiel alguna vez y de ahí había salido el. Sería una noticia que le aliviaría, pues Teodoro temía convertirse en un hombre parecido a su padre, pero a la vez seria mortal y mas conociéndole como él lo hacía: No duraría menos de un día. Por suerte o mala suerte, no era así… su madre no habría tenido no ocasión ni valentía para llevar semejante tarea acabo; y Teodoro lo sabía.
Una voz le devolvió a la realidad, era suave y cálida, pero segura, denotando la valentía de su poseedora, era la voz de su madre:
-Teodoro, cariño, necesito que entres un momento. Tu padre quiere verte-dijo ella colocando una mano en el hombro del chico.
Este se quedó quieto, paralizado. No quería, pero no se atreva a manifestar el miedo que le daba su padre, ni siquiera podía comentarlo con su madre… esa era otra de las razones de que Teodoro esquivara su casa y se fugara lejos siempre que podía.
-Hum... claro-respondió con una sonrisa fingida a su madre. Vio un destello de duda en los ojos de su madre que se extinguió cuando Teodoro la ensancho aun mas.-En seguida voy, estaba admirando la belleza del jardín…-añadió con una mirada a las flores.
-Sí… es realmente bello-dijo ella con voz sincera, mirando en su misma dirección-Y ahora ve, antes de que se enfade, y mejor no le comentes lo que hacías, sabes que odia que pierdas el tiempo...-Él sabia las palabras que se habia ahorrado: "en tonterias"; pero no le dio mas importancia.
Teodoro asintió y se puso en camino, dirigiéndose a la puerta que daba a ese mismo patio, una puerta poco usada, igual que el jardín; puesto que no estaba en la zona de entrada, ni en la de paseo, ni ninguna importante… era como un secreto del palacio, su secreto. Antes de entrar hecho un último vistazo al jardín y vio como su madre quitaba la flor blanca del conjunto y la dejaba en un arbusto cercano, este sí, lleno de flores de su mismo color. Si el encontrara realmente al sitio que pertenece…
Respiró hondo y se armo de todo el valor que fue capaz para “enfrentarse” a su padre, y créanme cuando digo que para él ya era bastante el simple hecho de mirarle a la cara después de enterarse que había matado a su hermano mayor, le tenía cierto asco junto con el miedo que le asaltaba nada más verle y oírle. Toda le felicidad que había tenido al empezar el día se esfumó como por arte de magia y una pesadumbre se apoderó de él. Tocó a la puerta y simple y tajante << Entra >> sonó desde dentro. A Teodoro se le heló el corazón, pero comenzó a abrir lentamente…